
Aquí vive un periodista, se lee en un cuadro del salón de la casa de Mª Ángeles Arazo (València, 1930). Y no hay mayor verdad en todo el universo. Cumplidos los 95 años sigue colaborando con Las Provincias y pendiente de la actualidad.
Su infinita curiosidad le lleva a cambiar los papeles, en un par de ocasiones, durante la entrevista y a hacer aquello que tantos años lleva haciendo, preguntar. Todo le interesa, hasta esos Lagos de Hinault que aparecen en una tote bag.
Amable, sonriente, humilde e irónica, Arazo rechaza los elogios por su carrera profesional, limitando su mérito a ir a los sitios, hablar con la gente y contarlo. Pero aunque eluda los reconocimientos, es una figura indispensable del periodismo (y no solo valenciano).
Sus crónicas a pie de calle, su preocupación por las problemáticas sociales, su radar para saber donde estaban las historias, su compromiso de igualdad fueran quienes fuesen los protagonistas de sus relatos, su querencia por ser altavoz de los más silenciados, su interés en escuchar a la gente del mundo cultural e intelectual. Llamadlo nuevo periodismo o como queráis, pero ella lo hizo.
La vida de Mª Ángeles es una asignatura pendiente por contarse. Sus logros profesionales (de Levante o Las Provincias a, por ejemplo, la revista Clima, pasando por su extensa carrera como escritora) y las anécdotas colaterales a los mismos (cuando le paró los pies a Hemingway, la censura de Galerías Preciados a su “Fuego dentro”…), valen más que cinco años en la Universidad o cualquier Máster.
En diciembre de 1978 publicó Valencia, noche. Poco más de doscientas páginas de puro periodismo. Un recorrido imprescindible por las arterias de una ciudad cuando el día empieza a plegarse para la mayoría, pero continúa o empieza para otra mucha gente. Un libro pionero por lo que contaba y cómo lo contaba. Un clásico que no es difícil encontrar en el mercado de segunda mano.

Valencia, noche lo edita Plaza y Janés a nivel nacional siendo un libro muy centrado en València. ¿Cómo lo conseguiste?
Simplemente les ofrecí hacer un libro de València por la noche. Se respiraba entonces, hablamos de 1978, un ambiente especial, con las libertades, las canciones de Raimon pidiendo una tierra propia, los travestis…Y me dijeron que adelante.
Con Plaza y Janés ese mismo año ya habías publicado (tal y como se recoge como reclamo en la portada de Valencia, noche) el libro Superstición y fe en España.
Superstición y fe en España es, para mí, un libro muy interesante. Lo que pasa es que como siempre ocurre, hay libros y trabajos que no se divulgan y se quedan ahí paralizados. Yo me fui por mi cuenta, a hablar, por ejemplo, con los vaqueiros de Alzada, en el norte de España, y después me marché a Huelva, al polo opuesto, a conocer a los descendientes de los negros que habían llegado como esclavos y se habían quedado allí. Recorrí toda España. Es un libro que me gusta mucho.
Un año antes de Valencia, noche, publicas Valencia íntima (editorial Bello) donde defines un rasgo tuyo que de alguna manera marca tu manera de entender el periodismo y los libros, te catalogas como «avariciosa de vidas».
(Ríe) Sí, es verdad. Si te quedas un rato más te acabaré entrevistando (ríe). Creo que lo más interesante que hay es el ser humano, su vida, su trayectoria, su pensamiento, sus deseos, sus miedos. Y es lo que cuento. En Valencia íntima me fui a la calle a buscar a la gente más humilde, a la gente que trabaja para poder comer día a día. Por cierto, que entrevistando a un vendedor, me hizo ver que, como él, yo también trabajaba en la calle.
¿Crees que tienen alguna relación los dos libros (de alguna manera Valencia íntima podría ser “Valencia, día” respecto al otro)?
Tiene en común València. La relación es el pueblo, la ciudad, la gente en sus distintas esferas. Pero, la Valencia íntima estaría más en los barrios humildes y la Valencia noche en los cabarets…
Otro punto en común entre ambos es que las fotografías las hizo Francisco de Paula Hernández.
Francisco murió en un accidente de coche. Una pena porque era un vocacional de la fotografía y de la vida palpitante que hay aquí en València.

València, noche, arranca con una especie de panorámica de tono cinematográfico, un plano secuencia en el que vemos a la gente acabando su jornada laboral rozando “la sensación de libertad”, colas en las paradas de bus, “los coches con pareja que buscan oscuridad en la Avenida Blasco Ibáñez”, amigas que van a Acuarium o Evening, reuniones de vecinos “donde se plantean los problemas del barrio, (…) la falta de escuelas, de zonas verdes, de clubs para los jubilados”, conserjes y porteras sacando los cubos de basura, ventanas de cocinas por las que sale el olor a fritanga (en las fincas modestas) o el ruido del extractor fingiendo el vuelo de moscardones (en las otras).
Por València, noche desfilan personajes de todo tipo que poblan la ciudad nocturna. Recorremos su presente, conocemos su pasado y podemos aventurar su futuro. De Amparo Lavilla (cerillera en la calle Ribera, antigua bailarina del Bataclán, golpeada duramente por la vida) a Pepito el Ruso de la Brigada Especial, pasando por la encargada (Luisa Serrano) de los urinarios del Principal, la actriz Charo López (haciendo un Mihura), el falso Duque de Montpensier, José Corell (del Teléfono de la Esperanza) o “el noctámbulo Manuel Fenollosa”, fabricante de gorras de Castellón, “un torrente de palabras y un producto típico del machismo”.
Con ellos (y de la mano de Mª Ángeles) entramos en todo tipo de lugares. De Casa Amadeo (con menú a 160 pesetas) a El Escorpión, sórdido cabaret portuario (que tiene el escenario acordonado para que nadie se lance sobre las muchachas “que hacen un número de lesbianismo completo”), pasando por la consulta de una echadora de cartas a la que acude Isabel desde la whiskería en la que trabaja, un parto en directo, La Cetra (“Conchín y Chon, las dueñas (…) habían inaugurado un pub para que actuaran travestis”), el Holliday (detrás del Mercado del Cabanyal), los bingos (del Ateneo y del Rey Don Jaime), o un pequeño poblado gitano en las ruinas de la antigua papelera de la Malvarrosa acuciado por las ratas.
Este tipo de periodismo que ejercías no era muy usual en València en esa época. ¿Tenías algún referente?
Para empezar… siempre admiro a los que escriben y tienen el valor de firmarlo porque es bueno o porque es malo (ríe) o porque quieren hacer una denuncia. Respeto mucho al periodista. Y sobre lo que me preguntas, me gustaba como escribía Sánchez Ferlosio, lo leía mucho. O Cela cuando se fue a recorrer España. Pensé que yo también lo podía hacer. Y que era posible hacerlo en una ciudad, en una calle, incluso en una finca. Te aseguro que en este mismo edificio, desde el primer piso al último, si tienen la sinceridad y el valor de contar lo que han vivido tienes un libro.
¿Te hiciste alguna planificación previa para conseguir esa variedad tan amplia de perfiles que aparecen en el libro?
La idea era reflejar lo que era la ciudad y en la ciudad hay gente de todo tipo. A mí es que me interesaba todo. Y me sigue interesando. Si pasa una ambulancia ahora quiero saber qué pasa, a quién lleva (ríe). Pero no hice ningún trabajo previo. Fue una cadena. Siempre he tenido una gran facilidad para contactar con la gente, soy muy humana. Iba al sitio y a partir de ahí encontraba a la gente y me contaban sus historias. Nunca grababa las conversaciones, siempre iba con mi bloc. Odio las grabadoras (ríe). Prefiero oír la voz en directo y ver la mirada de la persona que me está hablando. Eso sí, respeto mucho. Si me dicen que algo no quieren que se publique o no quieren hablar de algún tema no insisto. Tenemos derecho a nuestra privacidad.
¿Se quedó fuera alguna historia?
Tenía alguna que no publiqué, de las cabareteras, pero porque me las contaron que las habían oído, no eran de ellas propias.
¿Te resultaba fácil ganarte la confianza de la gente para que te contaran sus vidas?
Tengo la suerte de que conmigo la gente es abierta. Hasta que no llegaba al sitio no sabía lo que podía pasar, cómo iban a reaccionar… pero siempre fue bien.
Aunque Valencia, noche no es una novela, utilizas recursos propios de ese género (además de situarlo todo en una sola jornada) entrecruzando las historias y generando en el lector la necesidad de saber cómo avanza y acaba cada una.
Efectivamente, el libro no es una novela, son relatos… reales. Cada personaje es una vida y es como un relato. Además, procuro poner el principio y el fin de cada protagonista. Eso que dices puede ser cierto y estar escrito al final como si fuera una novela. Haber escrito, también, novelas seguramente me ayudó a conseguirlo.
¿Te sientes más periodista o escritora?
Periodista, porque a mí me gusta la actualidad, lo que está pasando aquí y ahora. ¿Qué es la vida? Aquí y ahora.

¿Tomabas algún tipo de precaución a la hora de visitar determinados lugares, como alguna whiskería, el cabaret El Escorpión…?
El Escorpión era un sitio muy interesante, diría que con un punto gracioso. Por cierto, que me lo recomendó el periodista Salvador Barber. Fui allí como voy ahora, con jersey y pantalón. Y me vino una de las trabajadoras, con mucha gracia, muy escotada, y me preguntó, «Oye, ¿tú eres nueva?». Yo le contesté que sí. Y me dijo: «Pues qué suerte, porque hoy somos muy pocas y saldremos a más”. (Rie). Pero miedo no pasé nunca la verdad, ni allí ni en ningún otro sitio. ¿Por qué tenía que pasarlo?
Porque te pudiera pasar algo.
La gente te toma como eres. Se podía producir alguna equivocación como la que acabo de contar, pero nada más. También era una València que estaba decayendo en ese sentido. Por ejemplo, eso de los apartaditos con cortina y sofá para el señor y la cabaretera empezaba a ser historia…la gente ya tenía coche y se iban a El Saler.
Algo de esa decadencia también se respira cuando visitas el Mocambo y hablas con su gerente, Higinio Huerta.
Sí, cuando fui a Mocambo ya no tenía el auge de años anteriores. El gerente me dijo que la luz la encendían muy poco, porque la clientela era muy vieja y los músicos ya se sabían de memoria las partituras. Sin duda, el tiempo es el peor enemigo.
Has hablado antes de que era una época de libertades. ¿Fue más evidente en algún sentido?
En muchos. Por ejemplo, en el transformismo. En el libro contaba una historia muy interesante, la de Encarnita Duclow. Un estudiante que quiere transformarse y vive acobardado en su casa hasta que su padre, al final, le dice que haga lo que quiera, pero con una condición, que los trajes no los tienda en la terraza.
Cuentas en el libro que Fellini hubiera disfrutado en el barrio chino de València.
Le hubiera fascinado por la gente y los lugares. Por ejemplo, el barrio chino tenía, entonces, un sitio muy gracioso, el Horno del Triador, que no cerraba nunca, al que iban todos cuando terminaban a comer empanadillas. También estaba el Mesón del Peine, que tenía un aire de feria, de libertad, de cosa familiar, de ir allí con los niños y que no pasara nada. Pero todo eso ha desaparecido. Ahora tienes las medallas de oro y de plata, la alta cocina, ha cambiado todo. Mi libro es un testimonio de la València de esa época
Una época que a su vez estaba cambiando rápidamente.
Para mí, Valencia, noche, tiene una frase que define muy bien la época en la que lo escribí. Es cuando en València quieren ser cosmopolitas y se fletan autocares desde los pueblos a los que se les llama “Valencia la nuit”. Venían matrimonios y señoras mayores que se ponían sus collares de perlas y trajes oscuros como si fuesen a París. En El Molino (en la calle Padre Porta) coincidí con una de esas excursiones. Iban a una sala de striptease, pero cuando entraron y vieron los desnudos, los besos… una de ellas, mientras hacía que se tapaba la cara, soltó «Mare de Déu, senyor!”. Eso resume lo que estaba pasando, gente que se escandalizaba, pero entraba a verlo.

¿Hay alguna historia que recuerdes especialmente?
Hay una persona muy interesante de la que perdí el contacto, Araceli Banyuls. La Raimon femenina, que cantaba estupendamente. La última vez que la vi se había metido monja. Después sé que había salido, pero ya no he oído nada de ella… tenía una voz muy bonita.
¿Mantienes contacto con alguno de los protagonistas del libro?
Sí, por ejemplo con Margot continuo la amistad, bueno, la relación. Cuando le hacen un homenaje, o algo, me llama y me lo cuenta. Le hicieron uno cuando su biografía ya estaba presentada y nos pidió a Rafa Mari y a mí que hablásemos de ella.
¿Las historias del libro son exclusivas o también las publicabas en alguna de tus colaboraciones periodísticas?
Se publicó todo solo en el libro. Y esto lo hacía de noche, una vez había acabado mi jornada laboral. Es que yo he trabajado mucho toda mi vida (ríe).
En tu trabajo, València siempre ha sido el eje central. Entre tu inmensa producción al respecto, destacan los libros que publicaste con el fotógrafo Francesc Jarque.
Con Jarque hice una colección estupenda de libros no solo sobre València, también sobre toda la Comunidad. Nos la recorrimos entera y nos hicimos muy amigos. Su pérdida me dio mucha pena. Con sus hijos aún continúa la amistad.
¿Tienes algún libro favorito de esa colaboración?
Todos. Hicimos uno de fiestas de toda la Comunidad Valenciana, luego nos encargaron otro sobre la gastronomía y volvimos a los mismos lugares. Hubo otro sobre los carnavales, otro sobre los paisajes, otro sobre la geografía… Hay uno sobre València que me gusta mucho, Tiendas Valencianas. Fue un encargo de un conseller de entonces, García Reche. Recogemos todas las tiendas interesantes que parecía que iban a desaparecer y que, efectivamente, acabaron desapareciendo. En París o en Barcelona, cuando ha habido una tienda de estas la han respetado y aunque hayan cambiado de negocio, la fachada y la historia se ha mantenido. Aquí se lo han cargado todo.
Volviendo a Valencia, noche, ¿qué repercusión tuvo cuando salió?
Se leyó mucho. Y además gente joven. Y todos me decían, «Uh, lo que has escrito, uh, lo que dices» (ríe).
¿Y tú eras consciente de lo que habías escrito?
Claro, claro, claro (ríe).
Más allá de lo que cuentas en el libro, ¿por dónde salías tú por la noche?
La cafetería Madrid era deliciosa. Iba antes de sacarla en el libro. Nos reuníamos periodistas y amantes del cine. Teníamos un palquito arriba para nosotros. Nos gustaba mucho tomar agua de Valencia. También un helado o un café en la Gran Vía Marqués del Turia. No era el buscar un sitio exquisito. A mí lo que más me ha importado siempre ha sido el diálogo, la conversación.
Valencia, noche acaba como empieza, con un plano secuencia, pero esta vez de una ciudad que se despereza, que se despierta, y con los protagonistas que han ido desfilando durante las páginas anteriores, para que el lector se pueda ir despidiendo de ellos. En la puerta del ascensor lo hago yo de Mª Ángeles, no sin antes hacerle una última pregunta
Mª Ángeles, tienes 95 años ¿piensas en la jubilación o periodista se es toda la vida?
Periodista se es siempre, toda la vida (ríe).