La casa Rosa. Foto: Paco Ferrer.

Tenemos nueva invitada en La máquina del tiempo de Carambal. Ese artefacto con el que viajar a sitios que ya no existen en València. Con todos ustedes, Merce Tienda. Ella se presenta y os habla del lugar en cuestión, la casa Rosa:

Soy actriz y periodista. Tengo la carrera de danza clásica. Adoro el teatro de texto, el de gesto, el de objetos y títeres, experimental, la comedia y el drama. He trabajado con compañías como Albena Teatre, La Teta Calva, Bambalina Teatre Practicable, el Institut Valencià de Cultura, Carme Teatre, Sala Inestable… entre otras. He hecho cursos , muchos, a nivel nacional e internacional, ahora los imparto; he tenido compañías, Copia Izquierda con Eva Zapico y La Panda de Yolanda con David Duran; he hecho audiovisual, he trabajado en prensa y en radio, escribo y me hice mi primer espectáculo Perpetuum Mobile; también canto, soy primer Dan de kung-fu, sé de cine y de ejecución de cine… y con esta multiplicidad de posibilidades y versiones de mí misma en constante transformación, me pierdo, y ahora a mis casi 50… todo se derrumba. Sólo hay una cosa que me vuelve al centro, mi raíz, mi amor por els Poblats Marítims, aunque eso… parece que también está derrumbándose rápida y poderosamente. Sólo el mar me ancla. La esencia. Siempre ahí, siempre constante.

Merce Tienda en «Peter&Pan». Foto: María Cárdenas.

La casa Rosa tiene enormes ventanales. A través de ellos se puede ver el amanecer y el atardecer. A través de ellos la brisa marina cruza y siempre se mantiene llena de luz y bien ventilada. La casa Rosa, número 25 de Eugenia Viñes, la mandó construir mi tatarabuela, La Marcelina, para que fuera ocupada por la familia y las familias de trabajadores de los míticos restaurantes de la avenida de Neptuno, especialistas en buenos arroces a costa de dejarse la vida en ellos. La casa Rosa tenía una gemela, que no era Rosa. Guardiana del mar, se alzaba poderosa frente a la costa y a su espalda, las antiguas vías del trenet que llegaba hasta la playa.

A través de sus ventanas entraban las libélulas y las mariquitas. Una gran verja y un patio la protegían. Recuerdo la puerta de madera, la escalera con olor a humedad, la luz roja de la salita.

– Estoy en la casa Rosa, la de la luz Roja.

En la casa Rosa sentía a mi abuela. Me acompañaba. Dormía conmigo por las noches. En la casa Rosa me despertaba el sol de la mañana en los pies desnudos mientras sentía que ella estaba a mi lado. En la casa Rosa crié dos tórtolas. En la casa Rosa experimenté mi primer amor.

Alta. Capitana. Invencible. Mujer.

Un día aparecieron. Prometieron proteger la casa si la repintábamos. Así hicimos. Con todo el amor (y los préstamos), maquillamos la casa Rosa. Le curamos las heridas, le escondimos las arrugas y la dejamos perfecta para capitanear bajo protección los nuevos tiempos.

Pero vinieron los barcos. Unos rápidos, poderosos. Unos barcos que navegaban sin rumbo fijo, sin pesca, desde América. Y volvieron a aparecer.

– Ya no la podemos proteger.
– Pero la acabamos de restaurar.
– Pero llega la Copa, la de América.
– Ya.
– Es por el bien común.
– ¿El bien común?
– Vamos a construir una piscina olímpica para todo el barrio y un gran jardín.
– Ya
– Te daremos, bueno, algo tendrás que pagar por tu casa Amarilla.
– Pero la Amarilla no es igual. No le entra el sol.
– Un ratito por la tarde, así esquinado sí, eso es un lujo.
– Ya. Tampoco le entra la brisa.
– Por una ventana, sí. A veces.
– Ya
– Tiene garaje.
– Mmm…¿Y si me niego?
– Si te niegas, te echaremos por el bien común.
– Tengo miedo. Oigo golpes por las noches
– Eres la última en irse. Va a llegar mala gente a ocupar tu casa Rosa.
– Ah……………………………………………………………………………………ok

Nunca entendí que tuvo que ver la Copa América con el bien común, con la desprotección inmediata de la hermosa capitana Rosa recién maquillada.

Es duro ver algo que quieres, degradarse lentamente. No la tiraron abajo inmediatamente. Todos los días pasaba a decirle adiós.
Mientras lloraba, rompieron la valla.
Mientras lloraba, rompieron la puerta.
Y con las lágrimas enrojeciendo mis ojos, se llevaron las ventanas.

¿Dónde se acumulan los recuerdos que no tienen espacios para ser rememorados? ¿Dónde se fueron las vivencias de tantas generaciones? ¿Y el esfuerzo que se invirtió en su construcción?

Recuerdo las natillas de mi abuela, las castañuelas guardadas en un paño de cocina, la escalera estrecha, los buzones verdes.

Me aferro a un trozo de pared que mi primer amor me rescató. Es Rosa. Gracias amor. Para no olvidar. Para ver pasar los años y no ver la piscina, ni el parque, ni el bien común.

Veinte años después, en ese gran solar, lo que prima es el bien de unos pocos. La próxima construcción de El gran hotel. Pero la presencia de todos aquellos que la habitaron recorrerá los pasillos como murmullos de implacable resistencia.