Juan Wang Tiang vendiendo collares en la Playa de las Arenas
Juan Wang Tiang vendiendo collares en la Playa de las Arenas. Foto cedida por la familia.

Juan Wang Tiang nació el 15 de diciembre de 1889 en Tianjin (entonces Tientsin), China. A 9.211 kilómetros de la Playa de las Arenas de València donde, en los años sesenta y setenta, se le podía ver vendiendo collares. ¿Cómo acabó aquel ciudadano asiático en nuestra ciudad? Con la ayuda de una conversación con su nieta Pilar en un café de la calle Chiva, varios intercambios de whatsapps y la información extraída de la documentación que ha podido recopilar, hemos intentado reconstruir su increíble historia.

Sin más idioma que el suyo, cubriéndose el cuerpo con periódicos para ahuyentar el frío y con el verbo prosperar en el horizonte, un Wang Tiang Yang (lo de Juan vendría después) seguramente ya treintañero abandonó su país rumbo a Europa en una de las olas migratorias que se produjeron en China. Hizo escala en Alemania, también en Francia, pero fue en el Imperio Austrohúngaro donde encontró un hogar … y el amor.

Wang conoció en Hungría a María Velez y se casaron. Antes se tuvo que bautizar (y cambiar su nombre por Yanos) porque ella era católica. La mujer ya tenía una hija por entonces, Rosa, a la que no tardaron (en febrero de 1921) en darle dos hermanitas mellizas (Emma y Margarita, a la que todos llamaban María, como su madre).

En 1922 y, posiblemente, animado por alguna carta recibida, de familiares o amigos, en la que le hablarían de las posibilidades en España, decidió dejar Hungría (que aún cerraba heridas por la Primera Guerra Mundial) para probar fortuna en nuestro país. Se vino solo. Primero se instaló en Barcelona y un año después en Zaragoza, dedicándose a la venta ambulante. Su intención, según contó en octubre de 1962, en una entrevista en el Heraldo de Aragón, era quedarse únicamente unos días para ver cómo le iban las cosas. Esos días acabaron siendo años y Wang Tiang se convirtió en un personaje muy popular y querido en la capital maña, donde le rebautizaron como Juanito El Chino

Juan con su hija Pilar en la azotea de su casa en la calle Arzobispo Mayoral de València. Foto cedida por la familia.

La familia no tardó en reunirse. Para ello, María, entonces con 37 años, se cruzó media Europa junto a Rosa, que tenía 6, y las pequeñas Emma y Margarita, de solo 1. Hablamos de los años veinte del siglo pasado. Un viaje de esa envergadura, sin saber idiomas y acompañada de tres niñas (dos de ellas bebés), tuvo que ser una experiencia realmente dura y agotadora. En su pasaporte se especifica el impresionante trayecto realizado por las cuatro: Budapest – Austria – Italia – Alemania – Francia – España. Ya en Zaragoza, el 30 de marzo de 1924, nació Pilar, la última de las hijas del matrimonio. 

Fueron tiempos felices, aunque también humildes. Ellos eran los extranjeros del barrio y muchas de sus costumbres despertaron la curiosidad de los vecinos. Por ejemplo, en Navidad, Wang Tiang ponía un árbol con velas. Y María, excelente repostera, cocinaba algunos dulces típicos de su país para todos. 

Zaragoza era su casa, pero Wang Tiang recorrió toda la Península ejerciendo su profesión ambulante. En 1926, por ejemplo, está documentado que se encontraba en Bilbao. Un año después recibió un permiso (en el que se indicaba que sabía leer y escribir) para vender flores en Santander. En la ciudad cántabra, y debido a un carácter extrovertido que le hacía hablar con todo el mundo, entabló amistad con los famosos Hermanos Tonetti. Una relación que se mantuvo a lo largo del tiempo y cada vez que estos visitaban València con su Circo Atlas, invitaban a toda la familia a disfrutar de una de sus funciones en primera fila.

En la capital aragonesa, Wang Tiang empezó vendiendo juguetes de papel para los niños (llegó a tener un puesto de venta en la calle Estébanes), y artículos como “cajas secreto” o “juguetes de celuloide” (como se lee en un pedido de 1929, donde ya firma como Juan, a Ondiviel Garriga, de Barcelona, “especializado en artículos japoneses, cepillería, cepillos para dientes”), pero también formó parte de la vida adulta de la ciudad. 

El Oasis era uno de los cabarets más famosos de Zaragoza. Cuando cerró en 1995, El País Semanal le dedicó un reportaje de varias páginas firmado por el escritor Julio Llamazares. En él, se hacía referencia a algunos de sus habituales a principios de los años cincuenta, como Juanito El Chino, “que vendía caramelos y boquillas de cigarrillos y que, a pesar de su nombre, era chino de verdad”. 

Una prueba de la popularidad de Juan Wang Tiang (más allá incluso de que en 1973 se pidió un homenaje para él, en el diario Aragón Exprés, aprovechando que Galerías Preciados inauguró una sección de productos asiáticos) es una carta recibida en el propio Oasis, con fecha del 28 de abril de 1949. La remitió Kan Shih-fa desde París para agradecerle los cafés a los que les había invitado a él y a su acompañante (una mujer danesa) en el cabaret (y para disculparse por no haberse quedado después del espectáculo a tomar un vino). En el sobre, como destinatario, solo ponía “Un señor chino. Teatro Oasis”. Y la carta llegó.

València, sin abandonar del todo Zaragoza, fue el siguiente destino de Wang Tiang. Su hija pequeña encontró trabajo, por su mediación, en la tienda de juguetes y bisutería Casa Ling Shu Ching (en la calle San Vicente, 18), abierta, como se puede deducir, por un paisano suyo. Juan acompañó a Pilar y vivieron juntos en un piso (en Arzobispo Mayoral, 28) que le habían comprado al mismo dueño de la juguetería, mientras el resto de la familia permaneció en la ciudad aragonesa. Aunque en un principio, el trabajo era para ella, todo hace indicar que él también estuvo en nómina porque hay un documento de 1959 en el que le reclamaba su salario al propietario del negocio.

Wang, como era de esperar, no tardó en hacer amistades en València. Desde el acuarelista Luis Báguena, que era su vecino, a compatriotas suyos como King Kuan Kuen, que regentaba junto a Antoñita, su mujer, portuguesa, sendos negocios de souvenirs y/o quincalla en el centro de la ciudad (en María Cristina 11 y en Pelayo 34) o el dueño de un restaurante chino de la calle Jerusalén.

Como ocurrió en la capital aragonesa, también en València su presencia despertaba curiosidad, sobre todo entre los más pequeños. Cuando iba a recoger a su nieta Pilar al colegio (Esclavas de María, en la calle Ayora) era todo un acontecimiento. Las chiquillas le pedían que les escribiera sus nombres en chino. A lo que él siempre accedía.

Juan Wang Tiang con su hija Pilar en València. Foto cedida por la familia.
Juan, seguramente una empleada y el dueño de Casa Ling Shu Ching. Foto cedida por la familia.

Cariñoso, protector, muy sociable, también sufrió algún episodio de intolerancia que le dejaron una cicatriz como secuela. Su nieta Pilar no recuerda si ocurrió en Valencia o Zaragoza, pero sí que cuando le preguntó a su madre por el origen de la herida, esta le contó que un hombre al grito de ¡comunista, comunista! se había abalanzado sobre él en la calle y le había agredido sin mediar más palabra. Y que tiempo después, viendo la televisión, se quedó, de repente, mirando fijamente la pantalla mientras repetía “Ese me pegó, ese me pegó”. Ese era el actor Alfredo Mayo.

Juan no era comunista, pero sí muy supersticioso. Detrás de cada cuadro en su casa tenían como un cartel protector en el que él escribió o dibujó algo para blindarles de los posibles malos espíritus que pudieran acecharles. Otra rutina constante eran las quinielas. Se ponía sus gafas de pasta negra para ver bien de cerca y las rellenaba. No tenía ni idea de fútbol. Tampoco le hacía falta. En la primera columna ponía todo “unos”. En la siguiente todo “equis”. Y en la tercera todo “doses”. Su ilusión era que le tocara para poder repartir el dinero, pero nunca tuvo esa suerte.

Juan Wang Tiang vendiendo collares en Las Arenas. Foto cedida por la familia.

Puede que en parte por deformación profesional, pero también como entretenimiento y seguramente para estar en contacto con la gente, Juan siguió ejerciendo la venta ambulante incluso ya jubilado. Pasear, hablar con quien se encontrara y vender. Una triada que era pura gasolina para él.

Los collares que vendía en Las Arenas los recibía, por correo, de un proveedor de Vigo y los guardaba en una caja de madera en la terraza de su casa. Todas las mañanas seleccionaba unos cuantos antes de salir, cogía el autobús y se iba a la playa con su género. Pregonaba su mercancía gritando “¡A perra gorda!”, con evidentes dificultades para pronunciar las erres.

Juan con sus vecinos Carmen, Tere y Emilio Bonet, en lo que podría ser El Saler. Foto cedida por la familia.

Alternó estancias, también, en Zaragoza, pero solo trabajó en Valencia (dónde desde 1966 vivían en Maestro Bellver, 11). En verano, en la playa, entre los turistas vendió mucho. “En la playa de València suelo ganar cada día en la temporada de verano de veinte a treinta duros”, explicó en la entrevista antes citada en el Heraldo, en la que también confesó que lo más valioso que había vendido en su extensa vida como comerciante “fueron las porcelanas chinas auténticas que le enviaban desde Hong Kong y una bisutería muy fina que compraba en Checoslovaquia”. 

Juan Wang Tiang falleció el 18 de abril de 1979 en València. Nunca regresó a China desde que emigró (si bien hasta los años cincuenta estuvo carteándose con una sobrina suya que vivía allí, a la que no conoció personalmente), pero siempre mantuvo su nacionalidad (en 1940, el Ayuntamiento de Zaragoza le concedió la vecindad). Está enterrado en el Cementerio General compartiendo nicho con dos de sus hijas (Margarita y Pilar) y el marido de esta última (José María Abad). Descansa en una tierra de cuya historia (en minúscula, que es la que nos interesa) formó parte. Sobre todo de ese paisaje de Las Arenas de las décadas de los sesenta y setenta. 

Juan, su hija Margarita, un joven y su hija Pilar en València. Foto cedida por la familia.