
El lunes 9 de marzo de 1992 València despertó con resaca con sabor a paella. El día anterior, se había batido un Récord Guinness en el antiguo cauce del Turia (entre los puentes de Exposición y las Flores) relacionado con el plato típico valenciano (aquí se puede ver un documental sobre el asunto).
Medios y ciudadanos hablaban de ello. De los cocineros (Galbis y Velarte), de algunos de los rostros famosos que participaron (de Mónica Palmer, Fallera Mayor, a El Titi), de los 5.000 kilos de arroz empleados, de los 20 metros de diámetro del recipiente, de las más de 100.000 raciones servidas, de que a pesar de la enorme participación (Las Provincias hablaba de 250.000 personas) solo 59 donaran sangre en el puesto del Centro de Transfusiones, de que no se repartió bebida, de los desmayos…
A mediodía nadie se acordaba del tema. Otro récord tuvo la culpa. La ciudad se preparaba para la mascletà. El centro estaba lleno de gente. El pirotécnico Juan Rausell ultimaba los detalles de su disparo. Quedaban pocos minutos para las dos del mediodía, cuando dos hombres entraron en la oficina central del Banco Exterior de España, en el cruce de Poeta Querol con Pintor Sorolla. Nadie notó nada sospechoso en ellos. Eran jóvenes, en torno a los 25 años, uno más alto que otro, sin acento alguno. Por sus vestimentas (uno con traje, el otro con un mono azul de mecánico) podría pensarse que no se conocían y simplemente habían coincidido queriendo hacer una gestión de última hora. La mayoría de trabajadores estaban a punto de terminar su jornada laboral, incluido el único vigilante que había en todo el banco.
Los dos supuestos clientes parece ser que fueron directos al cuarto de baño. Y allí permanecieron hasta que la mascletà empezó y algunos empleados abandonaron la sucursal. El banco cerraba sus puertas de cara al público a las 14h, pero permanecía activo internamente hasta una hora después. Del servicio, todo indica que, fueron directos al ascensor. Su objetivo era bajar al sótano donde se encontraba la caja acorazada. Para ello era necesaria una llave que no tenían, así que hicieron una especie de puente con el que manipularon el cuadro de mandos y descendieron.
Dos hombres y un destino
Los dos atracadores iban a cara descubierta y armados con sendas pistolas. En el sótano se encontraron con varios empleados, según los testimonios recogidos por la prensa. Para evitar ser reconocidos les prohibieron levantar la cabeza y les obligaron a tumbarse en el suelo, boca abajo. Una de las mujeres que se encargaba de la limpieza del inmueble relató que, mientras les daban esas órdenes, le habían apuntado con un arma en la cabeza. Aunque uno de los dos asaltantes parecía algo nervioso, en ningún momento emplearon la violencia. Uno de los trabajadores retenidos contó a Las Provincias que pensó que se trataba de una broma muy pesada e incluso le preguntó a uno de los ladrones a qué oficina pertenecía. No tardó en darse cuenta de que la cosa iba (muy) en serio.
La caja fuerte estaba abierta porque minutos antes acababa de llegar una cantidad importante de dinero y estaban en plena contabilidad de la misma. La única medida de seguridad activa, parece ser que era que la cámara acorazada estaba cerrada con llave por dentro. Bastó que amenazaran con una pistola a uno de los trabajadores para que abrieran la verja. Los atracadores, todo este relato siempre según las declaraciones de los testigos publicadas en los periódicos, rechazaron la calderilla y fueron directamente a por sendas bolsas llenas de dinero. Después encerraron a los trabajadores, volvieron a subir en el ascensor y se marcharon tranquilamente del banco con un botín de más de 100 millones de pesetas. Un golpe limpio y rápido. Todo en menos de diez minutos. En el corazón de la ciudad. En plena mascletà.
La policía no tardó en llegar y en desplegar un amplio dispositivo que incluyó un helicóptero y algunos miembros de los GEO. Lo primero fue liberar a los trabajadores retenidos. En un principio se especuló con que los asaltantes aún se encontraban escondidos en las dependencias del banco, pero fueron concienzudamente registradas cada una de las plantas, de las salas, de los despachos, de los armarios, de los cuartos de baño… de todo el edificio. Incluso se acordonó la zona por si hubieran huido por la azotea. A las cuatro de la tarde se dio por concluida la operación sin éxito alguno.
Un atraco perfecto, planeado hasta el último detalle, propio de profesionales. Sin embargo, el portavoz del Banco Exterior en Madrid afirmó que el robo le parecía obra de un par de chorizos. Por cierto, que ese mismo representante explicó que el banco tenía contratado un seguro que cubría cualquier daño ocasionado por atracos.
Los dos asaltantes nunca fueron detenidos. Y con la misma rapidez con que desaparecieron del banco con el dinero lo hizo el suceso de las páginas de los periódicos. Ni siquiera fue recuperado en algún suplemento dominical. Semanarios como Cambio 16 o Interviú tampoco dieron cobertura alguna al suceso. Ferran Torrent se inspiró lejanamente en el suceso para narrar un atraco en su novela Individus com nosaltres (2017), pero cambiando fechas y otros detalles. Numerosas preguntas siguen sin respuesta varias décadas después.
Un atraco perfecto, planeado hasta el último detalle, propio de profesionales. Sin embargo, el portavoz del Banco Exterior en Madrid afirmó que el robo le parecía obra de un par de chorizos.
Si en algo coincidieron los testimonios de empleados del banco y policías fue en que los dos atracadores conocían a la perfección el funcionamiento y las dependencias de la oficina. Informaciones a las que solo tenían acceso trabajadores de la propia entidad o de las empresas de seguridad que se encargaban de custodiar y llevarles el dinero de recaudaciones varias. Sabían que los lunes era el día de la semana que más efectivo había en caja. Sabían que a las dos el vigilante abandonaba su puesto de trabajo. Sabían que la cámara acorazada se encontraba en el sótano (no estaba a la vista de los clientes) y que se accedía a ella a través de un ascensor que tendrían que manipular. Sabían que abajo no había medidas de seguridad, ni guarda jurado, ni circuito de cámaras (algo que ya habían denunciado desde los sindicatos). Sabían que si pisaban la calle con el dinero sería prácticamente imposible, por la cantidad de gente que habría circulando, que los detuvieran.
Toma el dinero y anda
La policía solo contó (más allá de los escasos datos descriptivos de los dos ladrones) con el testimonio de un guardia de seguridad de la Cámara de Comercio (edificio colindante con el banco) que afirmaba haber visto a un hombre trajeado, con una saca que parecía llevar dinero, andando con cierta prisa y que dobló por la calle Minyana.
La distancia desde la puerta del Banco Exterior (hoy BBVA) a la vía referida se puede hacer, a buen ritmo sin despertar sospechas y con peso, en poco más de cuarenta segundos. A partir de ahí se trata de una calle tranquila que se recorre (siempre que no se opte por desviarse por las que le cruzan, las de la Soledad y la Redempció, nombres muy apropiados para un post-atraco) en menos de minuto y medio. Desemboca en Salvà, que marca uno de los límites de la manzana de edificios de los que forma parte el banco. Es decir, que poco más de dos minutos después de abandonar la oficina uno de los atracadores pudo haber quedado ya fuera del dispositivo policial que aún no se había ni desplegado.

Son conjeturas, cierto. Pero no se cuenta con nada más. El sentido común hace pensar que huirían en la misma dirección en que la gente abandonaba la mascletà. Lo contrario podía convertirse en una trampa sin escapatoria. Dando por hecho que se separaron al salir del banco y que, por lo estudiado al milímetro que lo tenían todo, descartarían escapar por Pintor Sorolla, al considerar que seguramente (por facilidad) sería la calle por la que accedería la policía, el otro atracador, el del del mono azul pudo optar por Juan de Austria (o igual por una alternativa menos transitada como la dupla Pascual y Genís y Sagasta).
En la escasa información que se publicó los días posteriores, destaca el día 11, en Las Provincias, la noticia que se atribuía a fuentes sindicales (sin especificar más) de que los asaltantes habían huido en un coche aparcado en las proximidades de Poeta Querol. Cuesta creer que en plena celebración de la mascletà se pudiera estacionar tan cerca de la Plaça del Ajuntament, en una calle además, de normal, poco propicia para ello. Y más aún que corrieran el riesgo de verse atrapados en la huída por la multitud de la gente una vez terminada. Además, que eso significaría que ambos habrían optado por escapar en la misma dirección.
Si fue cierto lo que vio el guarda de la Cámara de Comercio del ladrón del traje y lo que especulamos que hizo el atracador del mono, sus caminos pudieron cruzarse en el párking de El Corte Inglés y desde allí comenzaron su nueva vida. Pero no hay datos que lo corroboren, es la necesidad de intentar buscar una explicación a la enigmática desaparición de los dos asaltantes. Nunca se supo qué fue de ellos. Ni, si como apuntaban en El País, en un breve, la investigación de la policía sobre la posible participación de una tercera persona avanzó en algún sentido.
Lo único cierto es que dos hombres atracaron un banco en pleno centro de València a cara descubierta, mientras se disparaba una mascletà, sin causar ningún herido o víctima mortal, que escaparon andando con un botín entre (según unas informaciones u otras) los 100 y los 150 millones de pesetas (600.000-900.000€ si atendemos solo al cambio puro), y que nunca fueron atrapados. ¿Quién sabe si no habremos coincidido con ellos alguna vez, en la cola del supermercado, cruzando un semáforo o andando por Poeta Querol o Pintor Sorolla?