
Carmen Arce (València, 12/01/1956) fue la primera portera de la selección femenina de fútbol. Se puso bajos los palos el 21 de febrero de 1971, en La Condomina de Murcia, contra Portugal. Entonces, jugaba en el Racing de Valencia, donde por su parecido físico con el futbolista húngaro le apodaron Kubalita. Un sobrenombre que le acompañó toda su carrera y que hoy en día sigue luciendo con orgullo.
Kubalita creció en La Fonteta, jugó en el mencionado Racing, en el Marcol y en el Hércules, vistió en dos ocasiones la camiseta de la roja y, cuando dejó el fútbol, fue subjefa de enfermería del IVO, entre otros logros profesionales. Siempre con la mentalidad del trabajo en equipo. Esta es su historia, su vida.
Creciste en La Fonteta, ¿qué recuerdas de aquellos años?
Vivía en una masía muy grande, de mil metros construidos, justo donde ahora está el edificio de Renfe, con mis padres, Nelo y Antonia, y mis hermanos, Conchín y Manolo. Soy la tercera y más pequeña de la familia. Mi hermana era once años mayor que yo y mi hermano ocho. La verdad es que estaba un poco a la mía y era la vida ideal para una niña. Cuando no estaba en casa de unos estaba en la era, o en el campo. En ese sentido, fue una infancia muy feliz porque hasta los ocho años tuve una libertad grandísima. Lo que ahora se puede echar de menos en los niños, que son casi de interior.
Luego sufrimos una expropiación forzosa y en pocas semanas mi padre tuvo que desmantelarlo todo, los instrumentos de labranza, carros, los animales… y nos fuimos a vivir a la entrada de Ponce, a un piso en una planta baja.
Pero, ¿en la misma Fonteta?
Sí, sí. Mi padre siempre decía que desde su casa,»fora com fora, jo tinc que vore la torre del campanari de la Font de Sant Lluis» (ríe).
Me crié alrededor de la familia de mi padre, los Arce, porque mi madre era de Chelva y en aquellos años ir a Chelva era como ir ahora a Madrid. Tenías que coger, primero, un tren hasta Lliria, y luego el autobús de La Chelvana, por una carretera malísima, tardabas todo un día en llegar.
¿Cómo era La Fonteta entonces, más pueblo que ciudad?
Siempre ha sido València, pero reconozco que cuando alguna vez, entre amigas, digo que soy de pueblo y me dicen que de eso nada, que soy de barrio, me molesta un poco (ríe). No me gusta nada que me lo digan. De hecho, en La Fonteta había alcalde pedáneo, uno de ellos fue mi abuelo, el padre de mi padre.
¿Cómo llega el fútbol a tu vida?
Yo tenía una forma de ser un poquito, no sé si decir, diferente, o avanzada, o como lo quieras llamar. Pasaba mucho rato con mi hermano, que jugaba de portero en el Don Bosco. En casa, el portalón lo utilizábamos de portería y le chutaban mucho, cuando se aburría se iba y me quedaba yo parando lo que podía. Por otra parte, mi padre era muy futbolero, socio del Valencia C.F.. Es decir, que para mí era natural que hubiera una pelota por el medio. Mi hermano, por cierto, era buenísimo jugando, pero en un partido, en una salida a los pies de un jugador, le partieron la nariz y a partir de ahí lo dejó.
Todo empieza con un anuncio en el periódico.
Así es. Se publicó tanto en el Levante como en Las Provincias. Buscaban chicas para jugar al fútbol, de entre 12 y 22 años. Yo tenía 14 y me apunté. La convocatoria tuvo un éxito estupendo y acudimos varias docenas. La primera criba la pasamos unas veintidós chicas.

¿Para qué equipo era?
El Racing de Valencia.
¿Quién era su impulsor?
Javier Jiménez, un empresario valenciano, él fue el que hizo el primer avance.
¿A esas pruebas te presentaste como portera?
No, eso es lo gracioso porque entre que me vieron la carita de Kubala, que tenía un tren inferior muy potente, y que era muy fuerte, pensaron dos y dos son cuatro, es rubia, se parece a Kubala, le llamaremos Kubalita y que juegue de extremo (ríe).
Fue un error garrafal. Yo hubiera sido un descarte porque no tenía ninguna gracia para ser jugadora de campo y menos de extrema, ni para un uno contra uno ni para un cero contra cero. Pero cuando acabó el segundo o el tercer entrenamiento, con cuatro jugadoras de bastante nivel, nos quedamos peloteando allí en Nazaret, me puse en la portería y empezaron a chutarme. El que estaba allí de entrenador y los que organizaban el equipo me vieron y el resto es historia. El primer partido ya lo jugué de portera y nunca me quitaron de esa posición, menos mal. También me dijeron que me quedaba con el nombre de Kubalita, aunque no jugara de extrema.
¿Cómo llevaste y cómo llevas lo de ser Kubalita?
Muy bien, estoy orgullosa.
¿Llegaste a conocer a Kubala?
No, jamás.
Empiezas a entrenar a los catorce años y a los quince debutas. ¿Eran partidos amistosos o algún campeonato?
Todos los equipos femeninos que surgen en España son o bien porque hay alguien, como pasó en Valencia, que cree puede ser una forma de negocio que vaya a despuntar; o porque se genera un partido para recaudar fondos para una buena causa, como pasó en Fuengirola o en otros sitios, y dado el éxito que tienen se sigue hacia adelante; o como pasó en Galicia, con un equipo que luego fue campeón de España, que se montan equipos en barrios deteriorados como una salida para esas chicas y para que hagan deporte.
Cuento todo esto para contextualizar y contestar tu pregunta. Porque son esas personas que están detrás de los equipos, como Rafa Muga, al que llamamos el padre del fútbol femenino, que es el primero que crea un equipo en Madrid, o Javier Jiménez en el Racing de Valencia, las que se ponen en contacto para ir organizando partidos para ver cómo funcionaba. Y así jugamos el primero, justo el día que cumplía 15 años, el 11 de enero de 1971, en Benidorm, contra el Sizam de Madrid, y quedamos 1-1. Después de ese nos invitaron a jugar en Madrid. Y poco a poco se van jugando más.

¿Cómo era el equipaje del Racing de Valencia?
Creo recordar que el equipo iba de blanco y yo con una camisa negra con una especie de V en la parte central.
Eso era muy de portero/a de la época.
Sí, me encantaba y me encanta.
Ah, y el escudo era un pseudo-escudo, como siempre pasaba, de paquetería, sujeto con imperdibles.
¿Entrenabais solo cuando había partido?
No. Al principio entrenábamos dos días por semana y, luego cuando jugábamos torneos, que fueron bastantes veces, pasamos a tres.
¿Y dónde entrenabáis?
Primero en Nazaret. Luego vivimos la experiencia de entrenar en el campo de Mestalla que en el Gol Sur, había un campo de fútbol. También entrenamos en lo que sería la contratribuna del campo del Levante que, recuerdo, tenía además pistas de tenis.
A pesar de entrenar en Mestalla durante un tiempo, ¿el Valencia nunca se planteó crear una sección femenina incorporando al Racing?
El Valencia no lo veía. Hay un partido, que se dice que es el primero del Valencia femenino, donde jugó Merchina, que era hija de un directivo (Vicente Peris, gerente), que se jugó antes de uno del Valencia masculino y fue como una cosa muy anecdótica, es muy conocido porque es la primera vez que hubo fútbol femenino en Mestalla, pero fue un destello sin continuidad. El Valencia, además, ya en la era más profesional del fútbol femenino, fue, con el Real Madrid, de los que más tardó en crear un equipo.

¿Hay algún momento clave en este crecimiento que va experimentado el fútbol femenino?
Hay un cambio importante cuando el Fuengirola contacta con un equipo de Barcelona, con el de Madrid y con el nuestro y se organiza un torneo cuadrangular a disputar en todas las ciudades. Es un boom, se llenan los estadios. Yo jugué en La Rosaleda, campo del Fuengirola, y estaba lleno. En el campo del Levante, que entonces se llamaba Antonio Román, jugamos contra el Barcelona, y vinieron 10.000 espectadores. Después fuimos al Nou Estadi y otro lleno.
Ese torneo certificó que el fútbol femenino interesaba y podía funcionar. Pero hablando, exclusivamente, en términos de fútbol, no como espectáculo o curiosidad. Todos los periódicos, incluidos los especializados como As, Marca o Mundo Deportivo, dieron cobertura.
Sin embargo, no se crea ningún campeonato a nivel nacional.
Así es, hay como zocos por zonas, campeonatos más pequeños en Madrid, el País Vasco, Galicia, Andalucía…, pero nada planificado todo juntas. Aquí llegamos a tener una Liga Regional con diez equipos, de Dénia, Alcoi, Catarroja, Manises, Cullera… Había un brote de fútbol femenino en toda España, pero lo que no se podía hacer era una liga conjunta porque no había economía ni sponsors para ello.
Lo que sí se crea en febrero de 1971 es la selección española femenina de fútbol. Te convocan para el debut contra Portugal y te conviertes en la primera portera de toda la historia. Un partido que estuvo a punto de no celebrarse.
Ana Seijo, la capitana, y yo llegamos tarde al campo porque nos fuimos a misa a la catedral de Murcia (ríe). Menudo follón nos encontramos en el estadio. Del vestuario no nos dejaban salir. La presidenta de la Sección Femenina de Falange quería prohibir el partido. José Luis Pérez-Payá, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, también estaba en contra. Alguien, no recuerdo si el delegado del Gobierno u otro político, le hizo ver a esta señora que había tres mil personas en las gradas de La Condomina, que si se les hacía irse iba a generarse un conflicto que iba a dar mayor difusión aún al encuentro. Que lo mejor era que se jugase, que no se hablara de él en la prensa y que no se le diera ninguna oficialidad.
Y así fue. Es difícil, pero no imposible afortunadamente, encontrar reseñas en prensa. Nosotras jugamos sin ningún distintivo oficial en la camiseta. Y al árbitro (Sánchez Ríos) no le dejaron pitar con uniforme, tuvo que hacerlo con chándal.
Quedamos 3-3. Eso sí, las portuguesas, que venían de ganar a Dinamarca que eran top en ese momento, cuando vieron que empezamos ganando nosotras pero que ellas eran físicamente mucho más fuertes, empezaron a jugar muy duro, con la permisividad del árbitro.

¿Cómo se llevaban a cabo las convocatorias de la selección? ¿Había un seleccionador como tal?
Eso es un misterio que se llevarán a la tumba (ríe) porque se supone que eran conversaciones entre los que dirigían los principales clubs. Y de ahí salía la convocatoria. Y te enterabas de golpe, a mí me dijeron que se iba a formar una selección, que el primer partido era en Murcia y que querían que jugara. Tenían que avisar con un poco de tiempo porque yo tenía solo 15 años y tenía que hablarlo con mis padres.
Ese verano de 1971, España recibe una invitación para participar en el Mundial oficioso (no contaba con el respaldo de la FIFA) en México.
Para poder ir necesitábamos el apoyo oficial. Hacía falta dinero para sufragar el equipaje, los desplazamientos y la estancia de treinta personas que tenían que coger un avión e irse a México a jugar un campeonato. Rafa Muga habló con Pérez-Payá y se encontró con su negativa y no fuimos. Entre otras cosas, dijo que las mujeres teníamos que ir vestidas de trajes regionales. No sé, no me imagino yo de fallera, con peineta, jugando y parando un penalti.
En su mente no entraba eso de las mujeres futbolistas. Pero no fue algo de aquellos años, su cabeza no evolucionó con el paso del tiempo. Hay un documental muy recomendable, Algo más que una pasión, de 2014, Carlos Troncoso, en el que cuando se le entrevista sigue pensando lo mismo.
Sobre ese Mundial de México hay otro documental, también muy bueno, Copa 71, las productoras son las hermanas Williams (Serena y Venus), las tenistas, y la futbolista estadounidense Alex Morgan. Cuando lo ves entiendes cómo era nuestro fútbol, el que practicábamos, por ejemplo, en el torneo de Fuengirola. Estadios llenos, juego de categoría, prensa dando cobertura. Por cierto, que sale Elena Squiabo, una futbolista italiana que cuando jugué contra ella y la veía venir de cara a puerta me entraba de todo. Viendo el documental, viendo lo bueno que era, no me extraña lo que me hizo pasar esta mujer. Hoy sería internacional seguro, porque en Italia no he visto una jugadora en la actualidad que sea tan buena.
Volviendo a tu carrera en València, se acaba el Racing y nace el Marcol.
Aquello fue un cambio radical. El padre de dos jugadoras del Racing, las hermanas Seijo, trabajaba en Marcol, y se lo propuso al dueño, que ya patrocinaba un equipo de balonmano masculino bastante potente que jugaba en División de Honor, y dijo que sí. Marcol eran los propietarios de Lanas Aragón, unos grandes almacenes tipo El Corte Inglés, cuando este no existía aún, con muchísimo poderío en València
El Racing se termina y muchas de esas jugadoras pasamos a formar parte del Marcol. Como he dicho antes, fue un cambio radical. Ahí sí que teníamos botas, bolsa, incluso un sitio propio donde entrenar, un pabellón por la Avenida del Cid, que era donde lo hacían también los chicos. Fue un giro, a nivel de calidad, del cielo a la tierra.
Recuerdo que en el equipaje llevábamos los colores de la marca. Era como el del Las Palmas, camiseta amarilla y pantalón azul. Y la segunda equipación era verde. Yo siempre iba vestida al revés que el resto del equipo. Cuando mis compañeras jugaban de amarillo yo lo hacía de verde y cuando iban de de verde yo de amarillo (ríe).

Vuelves a ser convocada por la selección para jugar en Córdoba contra Italia.
Perdimos 1-5. Pero tengo que decir, sin que suene vanidoso, que yo jugaba muy bien al fútbol, lo llevaba haciendo desde los cinco años, y aunque no era muy alta, y medía 1’62m más o menos, llegaba al larguero. Aquel partido se jugó un 8 de diciembre, estábamos congeladas, había un palmo de barro, yo que nunca llevaba guantes me puse unos de lana, y aún así paré entre quince y dieciocho disparos a puerta. Pues en el reportaje del NO-DO solo sacaron dos intervenciones mías, eso sí, todos los goles, incluido uno que me metieron por debajo de las piernas.
Esa grabación, que se puede ver en RTVE Play, es terrible, a mí me hace llorar cuando veo las imágenes. Cuando estamos formadas, al inicio, el cámara enfoca los culos en lugar de las caras. Se burlan todo el rato de nosotras, que si aquello era un baile y tonterías parecidas. Pero no tienen bastante con ello. Cuando se acaba el partido entran en el vestuario un cámara y un periodista. Nos acababan de meter una paliza las italianas, estábamos destrozadas moral y físicamente y estuvieron allí cuarenta minutos haciendo preguntas, de manera vergonzosa, a chicas muertas y tiritando de frío en el vestuario. Ese reportaje demuestra cómo era la historia en ese sentido.

Pero ese partido tiene un lado bueno para mí. Vuelvo destrozada por todo lo que he contado, sin embargo, fue muy importante porque a mi madre, que estaba muy mala en la UCI, un enfermero le enseña un reportaje que sale en La Gaceta Ilustrada con varias fotos mías. Y ella, que hasta ese momento no le había hecho mucho caso a mi carrera futbolística empieza a verlo de otra manera. Con lo cual doy por bueno ese partido en ese sentido.
Deportivamente hablando, ese encuentro contra Italia tuvo unas consecuencias directas para ti.
Sí, el presidente del Marcol no quería, no sé porque razón porque hay varias teorías al respecto, que sus jugadoras fueran a ese partido con España. A mí me dijo «Usted no va», yo le contesté «Mire, señor Seijo, voy a ir porque me han llamado», y me respondió que si jugaba ese encuentro no volviera, que el Marcol se había acabado para mí.
Y así fue, cuando vuelvo me dice que estoy fuera del equipo. Me quedé a cuadros. Por suerte, me llamó Enrique Vidal, el presidente del Hércules, y me propuso que me fuera a jugar con ellos. El problema es que era un equipo de Alicante. Mi padre me dijo que hiciera lo que quisiera, y acepté la oferta.
¿Y cómo entrenabas con ellos si vivías en València?
Lo hacía sola en València. O me iba al Don Bosco y entrenaba con amigos. O me iba al Alberique porque la hija de su entrenador era una antigua compañera del Marcol y muy buena amiga. Siempre lo hacía con chicos.
¿Y los partidos?
Si el Hércules jugaba en casa, me iba sola la noche anterior en autobús a Alicante, me quedaba en casa de una compañera, jugaba y me volvía. Y cuando el partido era fuera, como era siempre un lugar de la Comunidad Valenciana, Alcoi, Dénia… el que fuera, cogía el autocar correspondiente en la estación y acudía a jugar. Solo coincidía con el equipo en los partidos.
Finalmente vuelves otra vez al Marcol.
Se organiza en fallas, en València, en el campo del Levante, un partido entre el Marcol y el Hërcules. En ese momento el equipo valenciano era muy superior al nuestro. A los nueve minutos, Cruz, para mí la mejor delantera centro que ha habido, me marca un gol. Salgo hacia ella y me eleva el balón por arriba. Hay una foto fantástica de ese tanto, que tengo colgada en casa, que parece que lo paro, pero no (ríe). En ese momento, con el 1-0 nada más empezar, pensé que aquello iba a ser una goleada tremenda, un partido de sufrir mucho y tomé la decisión de no padecer por ello, que fuera lo que tuviera que ser … y fue el mejor partido de mi vida. Y eso que el Marcol, aunque había amigas mías muy bonicas, me tenían ganas, me querían tocar la carita.
No sé cuántos balones entre los tres palos paré. Avanzaban los minutos y no se movía el marcador. El Hércules no pasábamos de medio campo, pero faltando cinco minutos, un balón despejado llega al campo del Marcol y 1-1. Tocaba desempatar por penaltis. Detengo tres y el Hércules gana el trofeo de fallas. La capitana me da el brazalete y me dice que el partido lo he ganado yo, que suba a por la copa. Cuando paso por al lado del señor Seijo, este me dice «La quiero mañana en mi despacho». Y ahí se me acabó el Hércules. Lo que quedó de mi vida deportiva fue con el Marcol.

Te retiras en 1974.
En algunos sitio he leído que me retiré por una lesión de rodilla, pero no es verdad. Sí que es cierto que me operaron, para prevenir luxaciones de rótula, y me hicieron dos intervenciones de rodillas que nunca me las tendrían que haber hecho.
Pero en mi retirada coincidieron otros factores. Por un lado, Marcol empieza a tener problemas económicos y nuestro equipo se para. Por otro, no teníamos ningún tipo de apoyo por parte de la Federación de Martínez-Payá, y empezábamos a estudiar más seriamente o a trabajar y aquello ya no era tan compatible con jugar al fútbol, con cero recursos económicos, entrenando tres días a la semana, viajando domingo sí domingo no fuera de València a jugar y sin tener, ni siquiera, un seguro médico. La FIFA, además, emprende una campaña contra el fútbol femenino basándose en estudios médicos sin ningún tipo de credibilidad.
En mi caso particular, también estaba la enfermedad de mi madre. Tuvo un problema de salud grave que duró años, prácticamente todo el tiempo que estuve jugando al fútbol y luego se quedó en una silla de ruedas. No fue ninguna patología, le operaron de cadera porque era cojita y le rompieron la pelvis por la mitad, estuvo entre la vida y la muerte.
Durante esos años, ¿cómo equilibrabas emocionalmente lo que estabas viviendo con el fútbol con la dura realidad familiar que tenías con tu madre?
A mí me salvan la vida dos personas que me querían mucho, Irene y Teresín, que tenían una tienda debajo de mi casa, y el fútbol. Porque cuando estaba jugando y entrenando no me acordaba de la enfermedad de mi madre. Mis pilas se cargaba mucho con el fútbol y luego se desgastaban por lo otro. En ese sentido, me parece muy importante transmitir el poder que tiene el deporte, o el compañerismo, el que tengas algo donde agarrarte cuando vives una crisis personal muy fuerte. Yo no hubiera podido sobrevivir de una manera humana a eso. No hay que olvidar, además, que era una niña prácticamente.
¿Fue duro no volver a jugar al fútbol?
Mucho. Me era imposible ver fútbol. Era incapaz. En la vida, después, he tenido duelos porque se han ido familiares y amigos que he querido mucho. Pero el duelo bestial, con letras mayúsculas, fue no poder volver a jugar al fútbol por todo lo que significaba. La caída de alguien que estaba en los periódicos y que la gente te preguntaba. Pasar de tener un cuerpo que hace maravillas a otro operado que apenas puede subir las escaleras, con el añadido de las cicatrices en las rodillas en una adolescente.
Fue una caída completamente en picado. Intentaba ir a ver al Levante femenino, que estaba entonces despuntando, y las dos veces que fui me ahogaba. Era tan duro para mí que cuando iba a Mestalla a ver al Valencia masculino no veía los precalentamientos de los porteros. Hasta que Españeta no recogía los balones yo no entraba y me sentaba.
Todo cambió en el Mundial femenino de Francia de 2019. Recuerdo perfectamente que el primer partido de España fue contra Sudáfrica. Estaba en mi casa, en el sofá sentada y fue ver a las jugadoras formadas mientras sonaba el himno y levantarme, estilo americano, con la mano en el pecho (ríe). A partir de ahí se produjo una conexión total y me hice superfan de todas. Veo al Barcelona, al Real Madrid, al Atleti, los partidos de Champions, soy socia del Valencia femenino, siempre que puedo voy a ver el Levante… estoy en en todas las salsas y muy contenta.
¿Cómo pasó a ser tu vida una vez el fútbol queda a un lado?
Trabajaba en la Cooperativa Farmacéutica de la Fonteta desde el 72, al principio lo compatibilizaba con el fútbol. A través de no recuerdo quién empiezo en Urgencias en el ambulatorio de Monteolivete, en Escultor José Capuz, de telefonista. Hacía las dos cosas a la vez, en la cooperativa por un lado y guardias en el otro sitio cuando había una baja. Un día, el doctor Alegría, que era una persona fantástica, me dijo que iban a abrir un hospital nuevo en el IVO y que viendo lo bien que me manejaba allí que por qué no me presentaba y él daría buenas referencias. Ahora para ser auxiliar de clínica hay que estudiar una Formación Profesional de primer grado, pero entonces no. Le pasé mis datos, presentó la solicitud, me cogieron y hubo drama familiar. Dejaba la Cooperativa que la tenía cerca de casa, cruzando la Pista de Silla, y donde ganaba 21.000 pesetas al mes de entonces, por irme al IVO, bastante más lejos y cobrando menos. Al final me salí con la mía.
Además, estaba, de algún modo, cumpliendo una promesa que le había hecho a mi madre. Cuando yo iba a verla a La Fe, que estaba ingresada, los enfermeros que había en Traumatología me parecían una maravilla del mundo mundial. Un modelo de seres humanos a seguir, por como la cuidaban, yo quería ser así. Recuerdo que cuando le dieron el alta, le dije que tardaría más o menos, pero que me vería algún día vestida de blanco como uno de ellos.

Empiezas, pues, una nueva etapa en el IVO, que también será muy importante en tu vida.
Entré a trabajar de auxiliar y estaba contentísima, aquello era lo mío. Y tuve una motivación especial para seguir estudiando por una médico que no me trató muy bien, lo hizo con bastante desprecio en una situación muy puntual, avergonzándome mucho delante de la gente. Me presenté al examen en la Universidad Católica para mayores de 25 años con la simple intención de ver cómo era para prepararme bien al año siguiente, pero aprobé (ríe).
Luego tuve la oportunidad de irme a la Universidad de Michigan a hacer un internado de tres meses. Cuando volví, y ya trabajaba de enfermera en el IVO, surgió la posibilidad de hacer lo que ahora podría ser un máster en el hospital Royal Marsden de Londres, donde han tratado a Kate Middleton del cáncer que tiene, y estuve allí diez meses estudiando y trabajando. Al regresar me hicieron supervisora y, después, fui catorce años subjefa de enfermería del IVO.

Cuando adopto a mi hijo Robin, que tenía 7 años, hablé con la dirección porque yo quería conciliar trabajo y familia. Como subjefa de enfermería podía trabajar hasta el día de Nochebuena a las once de la noche. Además en ese momento también estaba dando clase en el CEU. No tenía mucho sentido haber adoptado un niño y no estar con él. Tuve bastante suerte, porque después de la baja maternal, me pasaron a Otorrinolaringología. Fue el tiempo más feliz de mi vida en el IVO, con el mejor equipo del mundo, daba gusto trabajar allí. Después de haber tenido tanta responsabilidad, salir a las cinco de la tarde dejando la consulta preparada para el día siguiente, cerrando la puerta y sin cabilar nada, era maravilloso.
Allí estuve tres años, hasta que me llamó el director y me dijo que ya sabía que no quería preocupaciones, pero que iba a ponerse en marcha un programa de detección precoz de cáncer de pulmón, con la Universidad Cornell de Estados Unidos, y quería que la coordinadora fuera yo, y que como me iba a respetar el horario, no le podía decir que no. Lo único es que iba a tener que viajar por el mundo dos veces al año. Y esa fue mi última etapa en el IVO, en la calle de la Estrella, en un screening de pulmón.
Tuve un accidente de moto en el que casi pierdo una pierna y a los quince días ya estaba en el despacho con la pierna en alto porque rendíamos cuentas a los americanos, ellos eran los jefes. Y si, por ejemplo, me preguntaban cuántas biopsias de adenocarcinoma se habían hecho en el último mes, yo tenía que ir y sacar los datos y mandarlos, coger un taxi, con la pierna por encima… y decidí que no, que con dos prótesis de rodillas que tenía, no iba a pasar por lo otro. No querían que lo dejara, pero yo había preparado a una persona durante dos años que, además, les iba a costar menos dinero que yo (ríe). Y ahí se acaba mi vida en Oncología.
¿Qué recuerdo tienes de aquellos años en oncología en los que vivirías momentos especialmente duros?
Si volviera a nacer lo volvería a hacer. Es una lección de vida constante, del valor de las cosas, de todo. Tuve que trabajarme mucho a mí misma. Un psicólogo de Alicante, en un curso, me hizo ver el camino a seguir. Si tú no te trabajas qué sientes con la muerte, qué sientes con las pérdidas, qué sientes con las medicinas que son nuevas y sin una seguridad 100% porque son, digamos, investigaciones, si no haces todo eso, no puedes cuidar a nadie.
Me lo tuve que currar mucho en Londres. Cuando me voy en 1987 allí, en España no se hablaba de cáncer, no se hablaba del tratamiento con el nombre de quimioterapia, ni de pronósticos, ni gravedades. Y descubro que allí sí se hace. Era tal la diferencia que cuando yo dije por primera vez a un paciente la enfermedad que tenía pensaba que me iban a deportar por lo que había hecho.
Recuerdo que era una mujer iraní que, al tener trabajo y haber obtenido la ciudadanía, acababa de traer a Londres al marido y a sus dos hijas. Y se puso enferma con un bulto en la mama. Como yo estaba sola en Londres pasaba mucho tiempo con ella y me pidió que cuando se despertara de la operación estuviera presente. Enseguida le pregunté a mi supervisora qué le tenía que decir si cuando abriera los ojos me preguntaba si era cáncer lo que tenía. Y ella me dijo que la verdad, que pensara cómo decirlo, pero que no le dijera ninguna mentira. Fue un flash para mí, y muy duro.
Además, en España cuando alguien se moría llamabas al celador para que se llevara a la persona y al médico para certificar la defunción. En Londres, siendo la muerte un tabú para mí a lo bestia, me dicen que allí cuando una persona fallece hay que lavarla, quitarle goteros, dejarla preparada para cuando vaya la familia a despedirse y luego ponerle un sudario. Me acuerdo perfectamente de mi primera vez, cuando lavando a la persona fallecida, mi compañera le dio la vuelta y se quedó apoyada en mi pecho. Estuve días sin dormir. Tenía claro que eso lo tenía que solucionar porque se me iban a morir muchas personas. Pedí ayuda mi supervisora, me recomendó unas cuantas lecturas y lo conseguí. Afortunadamente, en España ya lo decimos y sabemos cómo hacerlo.
Retomando el tema del fútbol femenino, ¿cómo vives el éxito actual del mismo? ¿Hay algo de satisfacción por haber sido las pioneras y haber puesto las primeras piedras en el camino?
Hay compañeras mías de la época que, de alguna manera, sufren un poco porque piensan que llegamos demasiado pronto y que les gustaría haberlo vivido. No es mi caso. Lo podría resumir diciendo que es como si viera a mis hijas triunfar en lo que yo no he podido.
¿Has tenido relación con alguna de las jugadoras de la selección actual?
Ahora son muchas las que me conocen (enseña en su móvil varias fotos con futbolistas). Por ejemplo, con Alexia Putellas tuve la suerte de coincidir en el documental Campeonas (serie de seis entregas que se puede ver gratis en Rakuten Tv, donde Kubalita comparte capítulo con Alexia y Viktoria Adrianova). Creo que ella marca un antes y un después en el fútbol femenino. Por su capacidad de unir en los equipos, por su antidivismo, por su apoyo a la gente joven…Su primer Balón de Oro y el Mundial que gana después España marcan el inicio de una nueva época. No hay que olvidar que la selección como tal no tenía afición. El Barcelona podía llenar estadios, pero cuando España juega en Ibiza un partido de preparación para el Mundial van unos cinco mil espectadores, y seguro que la mitad gratis. Es una vez ganan cuando se llenan los estadios. Ahí el click ya se ha dado, aunque quedan mucha caspa y otras cosas por arreglar.
¿Y con alguna portera actual?
Misa Rodríguez, en el Valencia – Real Madrid (ella juega allí) de la temporada pasada, me hizo un gesto para que fuera después a buscarla y me regaló su camiseta. Y Lola Gallardo, en otra ocasión, me regaló unos guantes.
¿Sientes que, más allá de las propias futbolistas, se ha reconocido lo que hicisteis tú y toda tu generación?
Sí, y cada vez más. La AFE, por ejemplo, ha creado un premio para la mejor portera de las categorías inferiores que lleva mi nombre. El 10 de noviembre lo entregaré, como siempre, acompañada de Iker Casillas. Y tengo mucho respeto por parte de los periodistas. De Marca me suelen llamar, también, para que entregue algún galardón anual suyo. En ese sentido, sí, estoy muy contenta.



