Fachada, en la actualidad, de Recaredo, 26. Foto: Carambal.

Rafael Azopardo Dechent hizo muchas cosas en su vida. Dirigió El Alabardero (periódico benévolo, optimista y de elogios), fue el primer ganador del concurso de llibrets de fallas (comisión Plaça de Sant Gil), trabajó en la Aduana en La Habana, fue inspector de Hacienda en Teruel y València, se ganó el jornal en la Junta de Pósitos… Pero, sobre todo, lo que hizo, fue pasárselo siempre muy bien.  

De su amplio currículum, mucha gente tardó en olvidar (en los primeros años del siglo XX) el día en que su oronda figura fue elevada con una polea (y mucho esfuerzo), por la fachada de un edificio de la calle Recaredo, hasta el ático de la misma.

Detrás de aquella desopilante hazaña se encontraban los miembros de L’Antigor, una sociedad lúdico-festivo-cultural, entregada a la diversión, la chanza, el cachondeo y el buen humor. La formaron, de inicio, poco más de una docena de jóvenes que se juntaban en la acera de la calle Caixers, donde charraban, reían y cenaban de sobaquillo. Hablamos (tal y como lo recoge R. Benito Vidal en su libro L’Antigor, publicado en 2002) de 1898. Josep Hueso fue su primer presidente y se reunían (Maximiliano Thous o Manuel Penella entre ellos) en la calle Barcelonina para ensayar piezas orfeonísticas.  

El desván de la calle Recaredo, 26, fue su siguiente sede. La inauguraron el 7 de octubre de 1900, después de más de un año acondicionándola. La decoración era toda una declaración de intenciones de su filosofía. Cuenta Benito Vidal que en el techo se alternaban ristras de butifarras, panochas de maíz y melones. Y que en el salón del habitáculo colgaba, suspendida, una gran araña. 

Azopardo, desde que los descubrió, sintió querencia por esa pandilla de amigos jaraneros y gamberros y fue dando cuenta en El Alabardero (publicado entre 1883-1904 con algún tiempo en blanco) de todas sus actividades. Era el suyo un periódico tronchante, burlón, de afilado humor satírico, que repartía hacia todos los lados (incluidos los otros medios), una suerte de (salvando las distancias) punto intermedio entre La Traca (nacida un año después) y La Codorniz (aún quedaban varias décadas para que apareciera). Sin ser tan deslenguada y procaz como la primera, sí que tuvo alguna vez que pedir disculpas públicamente (en Las Provincias del 2 de septiembre de 1902, por ejemplo, se puede leer una carta suya en la que solicitaba perdón a Don José Alapont y rectificaba una información publicada). 

Un premio accidentado y jocoso

Los miembros de L’Antigor en agradecimiento por el trato que les dispensaba Azopardo en su semanario y la simpatía que les despertaba, decidieron hacerle un homenaje. Fue uno de los primeros actos organizados en la sede de la calle Recaredo. Lo que nadie pensó es que el voluminoso cuerpo del director podía sabotear la celebración.

Era ese un tema, su sobrepeso, con el que Azopardo solía bromear. En el Manifiesto que publicó el periódico el 21 de enero de 1900, ejemplar que suponía la vuelta de El Alabardero después de un tiempo ausente en los quioscos, afirmaba que se había “redondeado un metro setenta de cintura”. En el anuario de 1902 se le citaba como robusto y bien templado.

Entre una y otra fecha fue el homenaje. Ante la imposibilidad de Azopardo de acceder por la estrecha escalera de Recaredo 26, los muchachos de L’Antigor tuvieron la feliz idea de izarlo por la fachada. Localizaron un cesto de esparto sin asas, lo introdujeron dentro, y con una polea procedieron a subirlo por el exterior de la finca hasta el balcón superior, entre carcajadas y gritos de aliento. No fue tarea fácil. Ni tampoco el último problema que tuvieron que solventar.

Y es que ya subido hasta la parte superior del edificio, el director de El Alabardero no cabía por la puerta que daba acceso al inmueble. Pero nada se resistía a los integrantes de L’Antigor, que decidieron desmontar el marco de la misma y así el homenajeado pudo entrar. Es de suponer que la ciudadanía que presenció la operación de alzada, desde la calle, estallara de júbilo y vitoreara el éxito final de la misma. Se desconoce cómo Azopardo abandonó horas después la vivienda. 

Dos años más tarde de la inauguración del local de Recaredo 26, L’Antigor (sobre los que habrá que volver en futuros artículos) volvió a cambiar de sede, esta vez a la calle Grabador Selma, 12. Y en 1903 se trasladaron al Palacio de los Condes de Parcent, en la calle Don Juan de Villarrasa, 12. No hay constancia de que Azopardo les visitara allí, pero el hecho de que hubiera que subir hasta 68 escalones prácticamente lo descarta.

Si Rafael Azopardo Dechent llevó la vida que llevó parece ser que fue, en un principio, porque heredó de sus padres una buena cantidad de dinero. Tan rápido como le llegó la gastó y por eso tuvo que buscar trabajo en Hacienda, mientras editaba El Alabardero (donde, por cierto, Blasco Ibáñez llegó a publicar en uno de sus chispeantes anuarios). 

El 1 de junio de 1904 se acabaron los festejos para Azopardo. Su cuerpo sin vida, tal y como recogía una esquela en la portada de La Correspondencia de València, se trasladó desde su domicilio (en Guillem de Castro, 51) hasta la Plaza de San Agustín, donde se despidió el duelo. Sobre el féretro (informaba Las Provincias) depositaron esposa e hijos una corona de flores artificiales, mientras que en el coche fúnebre se colocaron dos naturales de familiares y amigos. Seguro que mucha gente al leer las luctuosas informaciones, recordó con una sonrisa en la boca, aquel día de no hacía más de tres años en el que el finado voló asido a una cuerda por encima de sus cabezas.